Nación a ser de sí misma, por Manuel Burga




Los dramáticos sucesos en Bagua, con la muerte violenta de un número indeterminado de nativos y de 24 policías, repentinamente nos han devuelto al pasado, a las iras coloniales, republicanas, criollas, occidentales. El señor presidente, algunos de sus ministros, congresistas poco ilustrados, llevados por estas iras, han afirmado enfáticamente que se trata de salvajismo terrorista de los que quieren vivir aparte, de aquellos que desconocen que el Perú es de todos los peruanos y que atienden más bien las incitaciones de una conspiración política extranjera. Todo esto no parece nada exacto, ni ecuánime, ni bien pensado; contrariamente parecería que nuestro país, como decía David Bushnell para Colombia, ya es una nación, pero a pesar de sí misma.

Por eso he recurrido a James Regan, un hombre generoso, jesuita que reside 42 años en nuestro país, desarrollando actividades pastorales e investigaciones antropológicas, autor de ‘Hacia la Tierra sin mal’, donde nos dice que el título de su libro alude a ese anhelo tan arraigado en los nativos de la Amazonia peruana de “vivir en un mundo en que no haya maldad”. Él conoce muy bien a los awajún y wampis, sabe de lo que habla, y ahora mismo desarrolla un proyecto educativo intercultural en el distrito de Imaza.

Ellos habitan las provincias de Condorcanqui y Bagua. Hablan la misma lengua, el jíbaro, y en realidad pertenecen a un gran grupo étnico, que integra también a los achuar de Ecuador. Los awajún, en particular, constituyen una de las poblaciones nativas más pobres de la Amazonia, viven del plátano, yuca, la caza y la pesca, muy pocos del oro de los ríos. Tienen un fuerte apego a su identidad, su cultura y no poseen grandes jefaturas étnicas, ni “apus”, sino más bien obedecen a un “Consejo de Ancianos” que designa coordinadores en las comunidades distantes. Se resistieron al catolicismo, pero ahora son cristianos, mayoritariamente católicos, y a pesar de su aparente lejanía, aislamiento, se sienten muy peruanos, tanto que ofrendaron sus vidas ejemplarmente en la Guerra del Cenepa de 1995, enfrentando a nativos que hablan su misma lengua, pero de otra nacionalidad.

No es fácil acercarse a ellos. En San Marcos, con James Regan, en la maestría de Estudios Amazónicos, elegimos dos áreas para desarrollar investigaciones: una en la selva central (territorio asháninka) y otra en Condorcanqui (awajún y wampis). Organizamos viajes de reconocimiento a ambas zonas. Álvaro Vidal, más tarde ministro de Salud, y Susel Paredes, abogada, encabezaron el pequeño grupo para remontar el río Santiago en busca de un área precisa. Los acompañaba Diógenes Ampam, awajún, alumno del mismo grupo. Lograron avanzar hasta donde Diógenes tenía parientes, ir más allá lo consideraron peligroso.

En la universidad pública existe un examen de admisión para los nativos y así ingresaron, muchos de ellos, que salían de colegios de la región, a la Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque, pero la desilusión los llevó a San Marcos, donde tampoco encontraron lo que esperaban. Aquí, a partir de 2004, se organizaron y los mejores estudiantes ocuparon los cargos directivos. Me dicen que este año 2009, algunos de ellos, asumieron cargos de coordinadores de sus distritos de origen para mantener comunicación, desde Lima, con sus respectivos Consejos de Ancianos.
AIDESEP se creó en 1980, es una ONG como las miles que existen en el país. Agrupa a 57 federaciones étnicas y desarrolla programas de formación de maestros bilingües, investigaciones en salud intercultural, en derecho indígena y esporádicamente apoya a los estudiantes nativos de universidades de Lima. El presidente es Alberto Pizango Chota, egresado de educación de la UNAP de Iquitos, alumno también de la maestría de Estudios Amazónicos de San Marcos en 2006, pero no continuó regularmente. Es del grupo shawi (Yurimaguas), habla chayahuita, pero no la lengua jíbara de los awajún y wampis.

La protesta de las comunidades nativas es contra el Decreto Legislativo 1090 del gobierno central, en particular contra las probables concesiones de extensos bosques para su explotación, forestal, agrícola, petrolera o minera. No esperamos que las leyes sean hechas por antropólogos, por el padre Regan, pero sí deberían escuchar sus voces, como la de Santiago Manuin, awajún, quien en junio de 2008, a pesar de su pacífico talante, ya hablaba fuerte: “Siempre las petroleras han hecho un daño muy grande a la naturaleza. Los indígenas no separamos al hombre de la naturaleza. Estamos incrustados uno en otro. El gobierno está en su palacio; nosotros en nuestra selva. Pensamos diferente. Si nosotros entregamos la selva, ¿dónde vamos a vivir?”.
Después de tantos siglos de incomprensión, agresión cultural, política y económica, la desconfianza nativa es explicable. Entonces. ¿Por qué no escuchar sus temores, su sabiduría? Ahora están comunicados, tienen ojos y oídos en todas partes y reclaman tratar adecuadamente lo que sienten suyo, como lo haríamos nosotros, en circunstancias similares. Esa es una buena forma de ser peruano.

Tomado de La República (11.6.2008)
http://larepublica.pe

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