Ricardo Virhuez y El campeón de marinera, por Gonzalo Espino





No hace mucho me extrañaba que las fiestas concluyeran con un marinera seguida de un huayno, pero al mismo tiempo –y estoy hablando desde el lado costero- más de una vez nos llamaron la atención por poner marineras o huaynos a media fiesta, nos solían decir si el cumpleaños había terminado… se comprenderá que nada de eso ocurría sino que estábamos nuevamente volviendo sobre el viejo polvo que sacan los pies.



En fin, sirva la anécdota para entrar a la nueva entrega de Ricardo Virhuez Villafane, de quien escribiré dos notas relevantes sobre su trabajo: de un lado, su decisión de hacer de la escritura una forma de vida, una vocación por escribir con el corazón en el mano, y, de otro, y al mismo tiempo, su abierta dedicación a las causas nobles como estudiar y difundir esas formas populares, como ocurre con sus aporte al conocimientos de la tradición y literaturas de la Amazonía. Dicho esto, en los últimos años comprendió que no hay que dejar espacios a los grupos de poder, que hay que construir propuestas contra hegemónicas, asunto que pasa por un lado por la necesidad de una producción creativa de calidad y que esta esté acompañada por un sistema que permita su difusión. Esto lo entendió bien Virhuez, y se lanzó a la aventura de disputar un público lector que se concentra en la escuela y a los que hay que llegar con la finura de un artesano.
Entonces, había que estudiar e imaginar cuáles son las historias que pueden llamar la atención sin que estas se disocien de dos condiciones básicas: la primera que sea literatura en el sentido de producción creativa –y por ello competitiva y conocedora de su tradición, y la segunda, cómo estas mismas entregas tejen identidades. Creo que esto es lo que ha ocurrido con sus novelas juveniles. Así ocurre con las aventuras de que se lee desde Nina la casa abandona, pasando Rumi y el monstruo del Ucayali, hasta la entrega del año pasado: El dios araña (2010), que vuelve sobre el ara de los moches. En El campeón de marinera (2011), nos devuelve a un acontecimiento nacional, el concurso de marinera que se realiza en Trujillo.
Para ser precisos, debe recordarse que en el caso de Trujillo y Lima, la marinera fue siempre visto con un asunto aristocrático, creo más por un prejuicio indianista que por un registro propio de la realidad, pues, se olvida la marinera que se hace en la familias norteñas –y a pie calato- o la invade las fiestas locales. Cierto que cuando se inicia este concurso tuvo ese gestillo aristocrático que propiciada por sus organizadores el Club La Libertad de Trujillo, que poco a poco tuvo que abrirse y dejar de ser una representación de los peones y chalanes que llegaban a exhibirse en la ciudad.



Seguramente esto lo más importante, y no hay que olvidar la hermandad que se puede establecer entre vals criollo y la marinera, cuyos orígenes, son por cierto, modestos (Llorens). Convertido la marinera en referente nacional, nos llega como espectáculo. Y es que, si se hace en estricto una revisión de las fiestas locales y lo que ocurre en los espacios familarias de la franca costera del Norte peruano, se va a encontrar a la marinera como uno de los componentes de alegría popular.
Virguez aprovecha una situación creíble. Pone en tensión dos espacio diferente. La situación de migrante y el espacio de acá, el concurso. Desde la situación de migrante, se trata de un peruano, trujillano, que fue a vivir en el país de norte, a New York, allí donde hace parte de su juventud. Allá, para nosotros el acá, se dibuja como una pulsión necesaria, para la identidad. Y esto sin melodrama, toda en una historia limpia. La historia de narrador-personaje Benito Tafur es similar a la de cualquier peruano que migra, de esos que se han ido para hacer Perú en cualquier lado del mundo.



La fábula que nos narra esta novela no pretende ser un ejerció de vanalidad retórica ni experentalismo sorprendente. Apela a las historias paralelas, las que crean el suspenso necesario como para que la novela se lea de un tirón. El padre de Benito se ha divorciado de su madre, este ha viajado a EE.UU donde hace empresa y ya cuando está concluyendo sus estudios secundarios, invita a su hijo a vivir en el país del norte. Así lo hace. Ya en esas tierras Benito tiene que aprender a vivir en el nuevo escenario. La muerte del padre lo sorprende y pasa trabajar en una factoría –una fábrica- y vive como uno más de los migrantes latinos. Cuando ya no hay ninguna posibilidad, su “madrastra” gringa, se despide porque tendrá un nuevo compromiso, es el momento que se entera que nunca había dejado de hacer el depósito, para continúe sus estudios y hacerse de una buena vida.
Si esa es la anécdota que fábula, la otra es todavía más interesante, se trata de de la historia de sus amores. Asunto que organiza el nuevo hilo conductivo de la novela:
De pronto, alguien a lo lejos encendió una grabadora.
Los sonidos llegaron oídos a mis oídos.
Era “La concheperla” de la banda de músicos de la Guardia Republicana del Perú.
Era una marinera.
Mi corazón se detuvo y, de pronto, me inflamó de una manera extraña.
Este quiebre es identitario, la ficción hace posible que ocurre para se desenvuelva con claridad y precisión. Benito necesita retornar, y vuelve a Trujillo.
Historia que por cierto se suceden como líneas paralelas en el tiempo y que hace que esta sea versátil, sin que el artificio retórico le quite claridad al relato. Si la historia de sucede allá, está también se da en el acá. En el acá estamos en la academia de Manuel Chacón, primo de Benito, donde ensaya. De pronto llega a la escena Lucía Castillo, en cuya historia se cruza ese perverso perro llamado celos que hace que esta joven deje de bailar y de ser pareja de baile de nuestro héroe. Es el momento en que aparece un nuevo personaje, que inicialmente emerge con una historia desconcertante. Se trata de Jimena Diandera, que conocerá a Benito en momentos en que este baila una Contradanza de Huamachuco en la Academia. Y con quien finalmente danza, hasta convertirse en su pareja de baile y con la que ganará el concurso.
La novela en sí sería una más de esas que solemos leer, pero Ricardo Virhuez nos ha puesto sobre un hecho que tiene audiencia nacional: el concurso nacional de marinera. Pero al mismo tiempo nos ha ubicado en el año de nacimiento de José María Arguedas. Esto último queda refrendado cuando el personaje habla de su última lectura, Los ríos profundo, leído como peruano migrante, dirá:
“Esto no es una novela, es el Perú”

De esta suerte la novela se presenta como pretexto identitario para discutir o poner en debate el espectáculo de la marinera. El narrador nos invita a recordar que la identidad liberteña no es solo marinera es al mismo tiempo, las diversas maneras de hacer bailar los pies y la Contradanza aparece, como clave en la lectura identitaria que nos habla de la diversidad de bailes y canciones populares de la región y en cuya sutileza leemos una crítica al aristocratismo.

El campeón de marinera es la novela que pone a Ricardo Virhuez en la mejor tradición de la literatura. Un novelista que se prende de sus lectores, que con El campeón de marinera, con su palabra limpia, clara, zapatea una marinera como danza nacional y atrapa a sus lectores.



Virguez Villafane, Ricardo. El campeón de marinera. Lima: Ed. Pasacalle, 2011 (Novelas juveniles)

Imagen tomada de:
http://pasacalle.blogspot.com/


Pedidos: pasacalle@gmail.com
o 955855206 RPM

1 comentario:

Mixha Zizek dijo...

Interesante Gonzalo, lo buscaré

saludos