El sitio de la poesía de Hildebrando Pérez en la tradición poética , por Gonzalo Espino Relucé

El sitio de la poesía de Hildebrando Pérez en la tradición poética
(continuidades de una voz innovadora)
Gonzalo Espino Relucé
UNMSM

Cuestión previa

En 1978 Casa de la Américas publicó un poemario que pronto se convertiría en libro-signo de la cultura latinoamericana. Llegó con una palabra fresca, con un tono desusado, apelaba al colectivo, con un apego intenso a la tradición y al “cuchillo” de la realidad. Era un poemario que leíamos con entusiasmo camarada, con lealtad y sorpresa por la manera como el poeta Hildebrando Pérez Grande tejía la palabra en Aguardiente. La única obra que el poeta ha continuado publicando con ese título porque cada vez que llega al libro, lo toma como continuidad de repetida innovación poética. En su reciente edición, en la edición del 2007 ha agregado “forever”, la que misma que responde a una anécdota que Enrique Sánchez Hernani nos la recuerda: “Decía [Hildebrando Pérez] que ponerle un título en inglés a los poemas traía suerte. Para ello citaba el caso de "Farewell" de Neruda y "Twilight" de Bendezú. Tal cábala, esta vez, se cumple con creces.” (2009). Una suerte de tarjeta que nos recuerda la transcendencia de la palabra poética. Concluyamos esta entrada. En efecto, Hildebrando Pérez ha publicado y circulan sus poemas desde sus inicios literarios, en el espacio local y latinoamericano. Empezó publicando en la revista que alentó, en los años 60, Piélago; más tarde se anunciaba la publicación del Cantar de Hildebrando y aparecieron textos suyos en la exquisita y pulcra revista de poesía Hipócrita Lector. Es cierto que aparecieron tres plaquetas –y no exactamente poemarios o libros- como se repite en varias recensiones y en el ciberespacio: Epístola a Marcos Ana (1963), El sueño inevitable (1963) y Sol de Cuba (1979), las dos primeras plaquetas no han sido incorporadas a su obra, en el caso de la tercera, aparece parcialmente en Aguardiente. Ha publicado la obra de Javier Heraud (1973) y es director artístico de la revista Martín.

Una poética andina (y social)
No resulta fácil incluir la poesía de Hildebrando Pérez en la lógica de las generaciones, pues el dato más importante de su lira se concentra en la década del 70, que Esther Castañeda describe como una escritura poética no solo “encomiable” sino desafiante en “una sociedad no liberada aún de agobiantes dependencias culturales y económicas” (1979), precisamente, por llegar con un “ejercicio poético [que]revela la historia, la resistencia popular, el anhelo de los pueblos por un cambio social”; y, luego de hacer una descripción valorativa de Aguardiente, concluye que ,en el “panorama de la poesía peruana significa su entroncamiento con una tradición poética que plantea no sólo el ingreso del mundo campesino y de sus héroes populares, sino la insurgencia de una clara opción social desplegada en poesía.” (1979:).

Esta última idea es la que deseo acoger para mi reflexión. Castañeda con su mirada de hada había propuesto una línea de lectura que no se ha continuado. Aguardiente es ese tipo libro que desafía al poeta para que su voz sea la que permanezca. Y esto lo alcanza a través de un conjunto de señales que me interesa referir en esta ocasión. La escritura que traza tiene adhesión moderna, pero al mismo tiempo utiliza y reinventa las formas andinas. No hay que olvidar tres hechos que vinculan a HP con el mundo andino: 1) Las imágenes vitales que provienen de su niñez andina en Orkotuna, Huancayo (Forgues 1998); 2) Su condición de comunero de San Pedro de Cajas que lo asocio al conocimiento de las hualinas y a la fiesta del agua; y, 3) Sus convicciones de hombre andino que lo lleva al mundo académico (Literaturas Orales y Étnicas del Perú, lector leal de José María Arguedas y difusor militante de una de las fuentes indígenas más importantes del cultura quechua Dioses y hombres de Huarochirí). Esto se impregna como rasgo característico de su poesía desde la primera edición (1978), que hoy se lee como Libro Uno en la publicación del 2007. Lo anotado tendría poca relevancia si no comentamos tres temas que emergen de la obra que estoy analizando: el título de la obra, las formas andinas y la palabra del nosotros.

El título de su obra prima que ha permanecido inalterable, proviene de una bebida espirituosa y popular en los andes peruanos. Connota una escritura del presente, no del tiempo pasado. Es decir, se habla desde el ahora, tiempo de los otros, de los españas, donde aqa, la bebida ancestral, compite con otras. Aguardiente sería la elección final para un libro único, la elección de un poeta “de un solo libro, de un solo gran libro” (Forgues 1998). La idea que esconde el título es la de una bebida popular y al mismo tiempo la transparencia de la palabra. El aguardiente es la bebida popular en todos los andes centrales, una modesto licor, lo que permite asociar el ejercicio de la poesía con el universo popular al que apela HP. Pero también esconde un paratexto cuyo sentido será la idea de agua como transparencia y ardiente como aquello que causa escozor y acaso vehemencia. Así aguardiente sería transparencia que arde en el ánima del que lo lee, agua con fuego. Mejor aún, una escritura consciente de lo que se dice y de la forma cómo se dice.

La segunda lo asocio al conocimiento de las formas andinas quechuas tradiciones que las innova. Las marcas aparecen como nominaciones de ancestros andinos, epígrafes o como realizaciones formales. Estas nominaciones se aprecia en los títulos de los poemas, como ocurre en el Libro Uno, Aguardiente, y cuya primera sección, titula “Quipus” que va acompañado de un epígrafe que se notifica como “canción popular”, en realidad la letra de un viejo huayno. El poema “0” de “Quipus” nos invita a situarnos –y a recrear- en la memoria en un punto que evoca una antes y un después, por esto ligada a los ancestros: “el pasado es cosa seria, manantial que aún perdura”, que a la par recuerda otra característica, su adhesión social. Las formas que aparecen tienen que ver con el huayno (“Huayno”), la muliza (“cerreña”), yaraví (“A Silvia, de nuevo”) y hualinas que la voz poética asume como formas legítimas y legibles para la poesía en el espacio de la letra autorizada, formas tradicionales que las reinventa. Esto esconde otro propósito: su aliento oral, una palabra que se canta, que se dice, de allí que recuerda un intenso trabajo poético por convertir la poesía en canción. Versos sencillos, transparentes, musicales.

Pero la palabra de HP en Aguardiente no es silenciosa. Es vehemente, testaruda por su apego al testimonio, al legado del tiempo. La forma interesa en tanto que traduce también lo que está sucediendo en la realidad: muliza sí, pero Cerro de Pasco como “… Calabozo/ me das tú, libertad/ me da mi pueblo” (“cerreña”). El yo que parece aquí se desplaza a la representación colectiva, asume su condición de testor de su tiempo, testigo militante. Si el enunciado tiene de ternura, el poema se ve envuelto de la irresoluta realidad que apremia y abate: escribe la historia de “el labriego”, título también del poema, relato de las ofensas a los runas y de la continuidad de la explotación, por eso, el último verso de este poema es sarcásticamente, caustico: “Los hijos heredaron el trabajo”. En el poema “2” la militancia de ternura se transforma en denuncia dolorosa: “… Andahuaylas es leña ardiente/ en una cocina de barro, en cada recuperación de tierras.” O la penosa desaparición de los compañeros: “6”: “… Y sabemos que la historia no/ puede dejar de registrar el paso fulgurante de un sicuri,/ ni deshilachar la memoria de Abraham Choque Chaina: / apresado, torturado, muerto y fondeado como el sol / calcinado de una tarde de verano en el Titicaca” .

La recreación o reinvención de los poemas tradicionales andinos tiene en HP a su mejor cultor. Se trata de una palabra poética que asumiendo los tópicos propios de la tradición, estos se ven desbordados por una palabra que la lleva a sus límites, que en “A Silvia, de nuevo” la hipérbole se vuelve liminal y superlativa:
No le arranques a mis labios
el cuchillo de tus besos,
ay, Silvia.


Entonces, volviendo a lo formulado por Esther Castañeda, en efecto, se trata de ubicar la poesía de HP en el marco de la lírica moderna. Pero al mismo tiempo esta ubicación resulta insuficiente porque Aguardiente nos recuerda su inserción en los hilos de un tejido que tiene sus orígenes en la poesía quechua ancestral y contemporánea (más atrás de la tradición letrada de yaraví melgariano, en la pakarina de la poesía andina), y, simultáneamente, en la mejor tradición en la que HP, aparece como uno de las voces más representativas y palabra a la par universal, la andina que desde el siglo XX, evoca a los Orkopuna (Alejandro Peralta, Gamaliel Churata), a Mario Florián y Luis Fabio Xamar, Efraín Miranda.








Poesía: ¿está callada?
La palabra poética de HP está asociada a un empeño estético, la de ser palabra sincera. Estoy pensando en la relación que se percibe en toda su obra, entre escritura y sociedad, entre poesía y realidad. Es un mago de la palabra. Palabra llana, sencilla para decir las cosas, pero capaz de cogernos en el cogollo de nuestra ánima. La voz poética se realiza en una feliz tensión entre lo que se quiere decir y la forma cómo se dice. El hablante poético reflexiona sobre la poesía y lo teje a lo largo de Aguardiente, forever. Como en toda la gran poesía y voz poética de Hildebrando Pérez Grande no podía inhibirse, habla de la propia poesía, sobre todo en los últimos poemas de la edición del 2007:
Solo se sabe que está en París y que muy pronto un aguacero
inesperado la cubrirá de espasmos y abismos y puentes y souvenirs.
Poesía eres tú, balbucea una voz templada por el vino (copiando
sin vergüenza al sevillano a quien todos los amantes saquean sin piedad).

Un sentido de apropiación genérica, en la que todos han hecho suyo el verso en referencia para los decires del amor, pero reclama a los poetas la impostura. En ella, por cierto, hay una idea básica, que la poesía es de todo, democrática. Para más adelante volver con otro tono, como quien recuerda al viejo Martín Adán, poeta anquilosado en la buena forma, en la esplendorosa, que cala en el decir, de la casi nada, y cuyo intertexto nos pone en la ladera de una tradición extensa, que incorpora el tema de la forma, la memoria del viejo Martín Adán la rosa que no dice nada o de Amadis de Gaula, con sus mágicos embrujos justicieros y de caballero andante, para concluir preguntando sobre el sentido de la poesía, tal ocurre en "Cangrejo":
¿Para qué la escritura bien labrada?
Poesía no dice nada, Amadis.
¿No dice nada?

Pregunta, que, por cierto, está cuestionando su propia voz, sobre todo la del Libro III y IV, donde el pliego social se percibe aminorado, sutilmente adherido a su aliento lírico que domina ambos libros. La pregunta es de por sí cuestionadora, crítica: “¿No dice nada?”. Si la pregunta es ya una respuesta, la prefiere explícita, como ocurre en "Gallo ciego":
¿Y entonces, dónde está la poesía?

Un gallo ciego ilumina la noche,
con el cuchillo limpio de su canto.

Entonces, la poesía será ese “cuchillo limpio” que canta.

Sin embargo, la reflexión sobre la poesía alcanza altura y profundidad en el poema “La escritura sagrada” del Libro Cuatro que paradójicamente se anuncia como “canción y muerte”, pero que leemos como el testamento de la belleza de una poesía que se ha insertado más allá del tiempo imaginado por el maestro Hildebrando Pérez, la batalla de la palabra que ha ganado ya al hacedor de la poesía y la ha sellado con una el trazo de una letra más allá del ahora. Si la voz poética imagina su ejercicio poético desde una palabra asociada a lo sagrado, como un acto de iniciados. Su sacralidad entraña una batalla cuyas resonancias tiene que ver con la palabra mundana (“Maravillosamente mundanos”), la palabra que dice y donde el sujeto que la enuncia se reclama, como los viejos yatiris, hombre que solo quiere la palabra cuyo decir se siente. Por eso, su tacto evoca voz y música (valses), permanente movimiento y situaciones concretas (“relámpago harapiento”). Voz que a su vez reconoce que, aun callada, “Siempre reverbera sobre la página en blanco”. Y la actitud del poeta no es el momento, el instante (“Ni tu fama ni tus premios ni tu nada”). La hora de fama momentánea, sino ética y cuya responsabilidad está asociada a una palabra que trastoca y se reinventa: “Inventa primaveras”. Como una palabra que hay que decir ya, anclada en la memoria y, simultáneamente, sitiada por el ahora: “Da curso a la lengua de tus antepasados, / Al fuego de tus apetitos elementales.”. Y cuya última estrofa, es declaratoria:
Pide la palabra: es tu espejo. Tu aguardiente
El barro triste de un corazón desangelado
No silencio
Viento entero
No mudez
Soplo eterno.



Canción y muerte que se redime en la palabra, como permanencia continua, como desafío permanente a la tradición poética andina y latinoamericana. No solo espejo, sino aquello que se conoció a partir del 1978 “aguardiente” y apego, inevitable a su palabra inicial, “barro” en su sentido andino (evocación primaria, andina, a la Mamapacha, y al mismo tiempo al Génesis, el hombre hecho de barro) y universal, aunque “desangelado” y por aquello, una palabra poética que no puede ser silencio o mudez sino “viento entero” o mejor aún, “Soplo eterno” como empezamos a leer ahora a la poesía de Hildebrando Pérez, una de los signos más bellos nuestra tradición poética.

Celebramos con entusiasmo camarada, como poesía que resiste al tiempo, más allá del encanto musical o sus bordes formales, por ser simplemente poesía. Una voz poética, la de Hildebrando Pérez Grande, que cautiva por su ternura, intensidad y transparencia luminosa llamada poesía, que no es la que está callada.

29 de setiembre 2011




(1) El texto que ofrezco en esta ocasión es, vuelvo a recordar, como todo lo que publico, un avance de mis investigaciones y esta vinculado al proyecto (110303291) que desarrollo en Instituto de Investigaciones Humanísticas, Facultad de Letras/ UNMSM. En adelante cito por la edición de 2007: Aguardiente, forever (Lima: Hipocampo editores, 2007) y cuando me refiero a Hildebrando. Pérez Grande, lo anoto como HP.

Referencias:
Castañeda, Esther. "Pérez, Hildebrando. Aguardiente" en RCLL, 1979. Escobar, Alberto. Antología de la poesía peruana. Lima: Ediciones Peisa, 1973, 2 t.
Espino Relucé, Gonzalo. “Celebración por la poesía de Hildebrando Pérez Grande”, La alforja de Chuque. Entregas del 24 y 29 de setiembre 2011 http://gonzaloespino.blogspot.com
Forgues, Rolando (1998). Hablan los poetas.2ª ed.Lima: Editorial San Marcos, 2011, t. II (Colección palabra viva).
Pérez Grande, Hildebrando. Aguardiente. La Habana: Casa de las Américas, 1978; Aguardiente y otros cantares.2ª ed. Edición de Juan Góngora. Lima: Comité Peruano de Solidaridad con el Pueblo Salvadoreño, 1982; Aguardiente y otros cantares. 3ª ed. Edición de Roland Morgues y Modesta Suárez. Genoble: EdiciousdetTignahus, Centre d’Etudes et de Recherches Péruviennes et Andines, Universtite Stendhal, 1990. Aguardiente, for ever.4ª ed. Plaqueta editada por Claudio Ogosi.Lima: Tránsito, 2005. ; quinta edición: Aguardiente, forever. 5ª ed.Lima: Hipocampo Editores, 2007 (Colección Katatay)
-----. El río hablador / O rio que fala. Antología de la Poesía Peruana (1950-2000). Edición bilingüe, Tra. al portugués de Everardo Noroes y Diego Raphael. Introducción de Andityas Soares de Moura. Ensol, 2007.
Sánchez Hernani, Enrique. “Lirismo y coloquialidad” en Somos, revista de El Comercio. Lima: 16 de diciembre de 2007.


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