Luis E. Carcamo-Huechante, Cuerpos excedentes: violencia, afecto y metáfora en Montacerdos de Cronwell Jara

No se monta un caballo ni una mula: un cerdo. No es, en rigor, una novela ni un cuento: tal vez una nouvelle (1). Se trata, en efecto, de montarse en otros lomos, en cuerpos excedentes. Se trata también de narrar una realidad que nos excede, en su violencia, en su marginalidad y miseria, aunque también en sus retazos de afecto, poesía y ensueño: el mundo de las barriadas en las periferias de la Gran Lima. Allí se sitúa Montacerdos, breve relato del escritor peruano Cronwell Jara (2).

Cerdo y nouvelle, leídos como tropos nos dejan a medio camino entre una condición animal y una ficción letrada. Montacerdos es en sí una narración que se sitúa entre un plano y otro, complicando, de esta forma, su propia locación discursiva. Si hay textos que se exceden por ser demasiado literales o por ser demasiado metafóricos, este relato se desplaza entre ambas posibilidades del lenguaje. Demasiado literal a veces, demasiado metafórico en otros tramos. A su vez, establecer su definición como novela o cuento resulta complicado, y aún la noción de nouvelle suena demasiado letrada frente al mundo barrial y popular que recorre sus páginas.
En su modo de abordar la urbe peruana contemporánea, Montacerdos configura una narrativa en constante desplazamiento, en continua excedencia, oscilando entre la precariedad material de la barriada y el giro poético inusitado. Desde el principio, Montacerdos expone los desgarradores signos de la marginalidad urbana. Dicha violencia inaugura, o más bien abre -como una llaga enorme- el lenguaje, el cuerpo y la escena de la narración:

Antes que Yococo cabalgara con maestría nunca vista su cerdo el Celedunio, en la carrera de cerdos; antes que los caballos de la policía le quebraran los huesos y fuera llamado por ahí como el inmortal; la llaga de su cabeza todavía era tan pequeña que jamás imaginé que una pica dura de araña iba a lograr una llaga capaz de inundar de podredumbre el mundo, es decir, lo que se llama este infierno de desmonte y chozas, chiquito como piojo, que cuando se pregunta cómo se llama; ah, sí, el pueblo dicen, Montacerdos. (Jara 2004, 7-8)

Esta imagen de "la llaga" pone en relieve el rasgo somático y corrosivo que adquiere la inscripción de la violencia social a lo largo de este relato. Se nos anuncia un proceso de corrosión y violencia que "jamás" había formado parte del horizonte imaginativo de quien narra y tampoco, por cierto, de quienes comenzamos a leer e ingresamos al submundo de Montacerdos (3). El cuerpo llagado y el pueblo-infierno imprimen una cierta dimensión grotesca y esperpéntica al relato de Jara(4). Se exceden así los límites; e ingresamos de lleno a un universo en crisis. Personaje (Yococo), escenario narrativo (el pueblo) y narración (el título) tiene el mismo nombre y parecen constituir una realidad homologa. En este desborde, asistimos no sólo a una ficción en torno a la miseria sino que a una mi seria de la ficción misma.
En Montacerdos, el cuerpo del personaje principal -Yococo-, junto al de su madre Griselda y el de su hermana Maruja, atestiguan los efectos de un espacio urbano en radical descomposición, aunque, al mismo tiempo, despliegan toda una gesta afectiva y poética por sobrevivir a aquella grotesca degradación. De hecho, en su capacidad de alimentarse y subsistir en los sitios eriazos de la ciudad, la figura misma del cerdo simboliza ese afán extremo de sobrevivencia. Considerando entonces dicho escenario, el presente ensayo se propone explorar las posibilidades de imaginar el ámbito del afecto y la metáfora como un modo de enfrentar el hiperrealismo que constituye per se el relato social y literario de la violencia urbana. La narración de Cronwell Jara, desde el ?ámbito de la ficción, nos propone una suerte de ética tanto poética como afectiva con el fin de resistir la violencia social, económica, corporal y sexual de las periferias urbanas contemporáneas.

Comencemos señalando que el despliegue de la violencia sobre los cuerpos de los personajes de Montacerdos, en sus dimensiones económicas y sexuales, se halla marcado por una impronta masculina. Así, los conflictos de la marginalidad social y económica se entrelazan con los de la dominación genérico-sexual. No hay modo alguno de desvincular un aspecto del otro. En diferentes momentos del relato, Yococo, su madre Griselda y Maruja, la niña-narradora, padecen los golpes de una realidad regida por figuras masculinas. A este respecto, lo que Bourdieu ha denominado "imagen magnificada" de la hombría se ejerce de modo implacable sobre los cuerpos más vulnerables de la barriada, para confirmar precisamente un poder tanto simbólico como material. De acuerdo al teórico francés, "la hombría requiere validarse a través de otros hombres, en su realidad de facto o en su violencia potencial, y debe certificarse mediante un reconocimiento de membresía en ‘el juego de los hombres de verdad'". Así se constituiría un sentido de masculinidad, como "una noción eminentemente relacional, construida en frente de otros hombres y para otros hombres y contra la feminidad, en una especie de miedo de lo femenino, primariamente en el propio sujeto" (Bourdieu, 52-3). Varias imágenes magnificadas de masculinidad -los policías, los caballos- se registran en el universo barrial de Montacerdos, aunque, al mismo tiempo, esto se complica: por un lado, los habitantes de la barriada -en su realidad periférica-son apenas "hombrecitos", aunque, por otro, ellos mismos ejercen una violencia de signo fálico y masculino sobre el cuerpo de la niña-narradora. En otro nivel, el relato de Jara coincide con los planteamientos de Bourdieu con relación al entrecruzamiento de violencia simbólica y de corporalidad(5). La narración nos expone a una violencia social y económica que acontece en conjunción simbólica y física con la degradación sexual de los feminizados cuerpos de los sujetos subalternos de la historia. En Yococo, Maruja y Griselda, se pone de manifiesto dicha condición: marginales en su propio espacio barrial, expresan una subalternidad de tipo económico, social y genérico-sexual(6).
Para narrar tal marginalidad, Jara ha optado por un recurso que sugiere un sentido solidario: el acto de prescindir de la voz narrativa masculina y transponerse a la perspectiva de la niña narradora. Asimismo, al incorporar giros poéticos en el lenguaje narrativo y situarse dentro de una cierta hibridez genérica, el relato de Jara se desplaza y monta también en los márgenes de las formas literarias (cuento, novela, poesía). Se trataría, entonces, de una solidaridad de alcance estético pues actúa en el plano mismo del discurso.
Publicado originalmente en Lima en 1981, Montacerdos es el segundo libro de Cronwell Jara Jiménez, escritor nacido en Piura, Perú, en 1950. Desde su primera publicación, Hueso duro (cuentos, 1980), sus títulos han sido impresos por pequeñas editoriales en la capital peruana. Con más de una decena de títulos, la producción literaria de Jara ha acontecido mayoritariamente en la forma del género cuentístico, aunque también ha incursionado en la novela y la poesía. Dentro de dicha trayectoria, Montacerdos constituye un texto de singular excepcionalidad, en cuanto sobresale no sólo dentro de su propia producción escrita sino que resulta ser una de las narraciones más llamativas provenientes de la literatura peruana contemporánea. En Montacerdos, en efecto, Jara despliega una extraordinaria variedad de recursos de lenguaje para registrar los desgarros materiales y simbólicos de un cierto cuerpo social: el mundo de las barriadas, es decir de los asentamientos humanos que se constituyen como la manifestación dramática de las oleadas migratorias en el interior de la urbe peruana.
En el contexto de la literatura latinoamericana de fines del siglo veinte, la narración de Jara bien puede situarse en la veta de textos tan perturbadores como La virgen de los sicarios (1994) del colombiano Fernando Vallejo, o El Rey de la Habana (1998) del cubano Pedro Juan Gutiérrez. A la manera de éstos, la violencia retórica, social y sexual de los centros y periferias urbanas se lleva a sus extremos, en el ejercicio de un lenguaje que, sin embargo, en el caso de Jara, se complica mediante la incorporación de registros líricos y afectivos en la narración. De esta manera, en su calidad de relato sobre la migración interna en la nación andina, Montacerdos asume una fisonomía híbrida y nomádica en su propio tramado discursivo.


(1). La nouvelle, o novela corta, raramente excede las cien páginas, guardando cierta familiaridad con la novella o el récit (Cuddon, 559).
(2). Específicamente, Montacerdos tendría "como escenario una barriada situada en el Rímac, cerca de la Pampa de Amancaes" (Morales Saravia, 127). Este relato fue escrito en 1979 y publicado por primera vez en Lima en 1981. En 1990, se publica una nueva edición bajo el título Montacerdos y otros cuentos. El año 2001, el autor somete el texto a una revisión, en la cual se basa la edición chilena y que constituye punto de referencia en el presente estudio. Para situar la producción literaria de Cronwell Jara en el contexto de la nueva narrativa peruana de los 80, véase Niño de Guzmán, 7-15; 19-20.
(3). En su construcción del escenario narrativo -en torno al pueblo de Montacerdos-, Jara adopta una estrategia mitificadora de amplio desarrollo en la narrativa hispanoamericana (el pueblo de Cómala en Juan Rulfo, Macondo en Gabriel García Márquez o Santa María en Juan Carlos Onetti). El autor peruano retoma este locus narrativo -Montacerdos- en su novela Patíbulo para un caballo (1989).
(4). De acuerdo a Bakhtin, "la exageración, el hiperbolismo, el exceso" caracterizarían el estilo grotesco, especialmente en la descripción del cuerpo y la comida (303-367). A su vez, con respecto a los esperpentos de Valle-Inclán, se ha sostenido de que "lo grotesco se puede identificar por medio de rasgos tan salientes como el de la distorsión de la escena exterior, el de la fusión de formas humanas y animales, y el de la combinación del mundo de la realidad con el de la pesadilla" (Cardona y Zahareas, 45-6). Montacerdos de Jara coincide con estos aspectos estilísticos, aunque -y esto lo diferencia radicalmente- superpone lo trágico a lo grotesco y el lirismo y el afecto a la sátira, como parte de su solidaria inmersión en el submundo andino y urbano de las barriadas.
(5). Bourdieu señala: "La fuerza simbólica es una forma de poder que es ejercida sobre los cuerpos, directamente y como por arte de magia, sin determinaciones físicas; pero esta magia funciona sólo en base a las disposiciones depositadas, como chorros, al nivel más profundo del cuerpo" (38). De esta manera, lo simbólico y lo real finalmente se entrelazarán.
(6). Sobre la noción de subalternidad, véase Spivak (1994).

Aquí hemos reproducido un fragmento, todo el articulo se puede leer:
Carcamo-Huechante, Luis E. “Cuerpos excedentes: violencia, afecto y metáfora en Montacerdos de Cronwell Jara” en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XXXI, Nº 61. Lima-Hanover, 1er. Semestre de 2005, pp. 165-180

 

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