Hace un mes nos encontramos poetas y críticos de diversas culturas
amerindias en II Encuentro Intercultural
de Literaturas: Palabras de los pueblos amerindios (20 al 22 de junio 2012). Llegamos de Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Brasil y Perú.
Fue un encuentro entre la palabra del corazón y la palabra de la crítica en un
empeño para decirnos en que andábamos. El Encuentro de Lima se ha convertido en
una plataforma para dar continuidad a una iniciativa iniciada hace un par de
años en Osorno, Chile, en la tierra de los mapuches.
Constatamos que las
textualidades indígenas en las últimas décadas se han ido posesionando de ese espacio antes restringido a las exclusivas elites
ilustradas. Han puesto no solo un matiz sino también un problema respecto a cómo
se representan las culturas (diferentes) en nuestros estados homogeneizadores.
En la creación hemos visto
como la poesía indígena tiene un fuerte apego a la memoria y lealtad a su
cultura. Lo que hace que sus producciones tengan que ver con el infinito mundo
indígena de cada nación. Pero al mismo
tiempo se ha ido produciendo una importante formalización de las tradicionales
maneras de contar o hacer poesía, que
empieza a ser percibido como la modernización de la poesía amerindia y su
des-localización que inspira nuevos hitos en la poesía indígena.
La lealtad a la palabra del
corazón la que habla desde/ con la comunidad,
desde su cosmovisión, es uno de
los rasgos más característicos de las
poéticas indígenas. Acusan formas que van del sueño que hace palabra a la que
se dice con la trasparencia del corazón y de allí, nuevamente, a lo que se
tiene que pensar desde el rumor de la
tierra y las más de las veces ese oírse desde los abuelos, abuelas. No solo
desde la palabra que se asienta en el pliego del papel o la banda cibernética,
sino también en la comunicación directa del poeta con su oyente/público que
gesticula, enraíza, enfatiza y señala, vive.
La profusa movilidad que
vienen teniendo los creadores indígenas, la promoción de premios a la
creatividad y las diversas redes en las
que se puede encontrar la dinámica producción creativa amerindia así como el
incremento de las publicaciones en todos nuestros países que dan cuenta del
surgimiento de una activa y lúcida literatura indígena contemporánea que
desafía sin proponérselo aquello en que nuestro modestos espacios llamamos
canon nacional.
Desde el lado de la crítica
precisamente ayudada por una sensibilidad que se fue produciendo alrededor de
los años 70-80 y la participación activa indígena, se ha ido tejiendo una
manera de acercarse, revisar, examinar la producción cultural amerindia. Lo
muestra de un lado, los múltiples avances que se ha producido a lo largo del
periodo, en la vieja tradición hermenéutica, en especial, las dedicadas a los
trabajos de tesis en la Universidad de San Marcos (Perú); la creciente reflexión sobre la situación
indígena y la crítica que trata de explicar la producción cultural mapuche en
las universidades del sur de Chile (en especial la Austral); las publicaciones masivas
emprendidas desde la esfera pública en Colombia; las importantes avances desde
la reflexión en torno a la cultura aymara
en Bolivia; la crítica a la invisibilidad indígena en el caso Argentino; la
ampliación de la compresión de la culturas amazónicas como parte de la
diversidad cultural y lingüísticas que comparten colombianos, peruanos,
brasileños y bolivianos, etc. (En el mismo sentido, el formato crítico si bien
están demandado por su carácter que privilegia el ensayo, se trata de otras
posibilidades como la modesta conversa).
Así la producción indígena del
Abba yala se ha convertido en una de las formas más intensas de las identidades
múltiples que circulan en nuestro medio y pueden ser definidas como expresión
multicultural y plurilingüe en el sentido que muestran los trabajos de Miguel Rocha
Vivas. El proceso, en los países de
América Latina, la ausencia de políticas culturas que respete las culturas originarias
sigue siendo perentorio en la coyuntura actual. Y es que la cultura, en
general, en este caso, no puede ser comprendida sin las agendas sociales y económicas
que ellas demanda, desde el respeto a sus territorios, a sus costumbres, a sus
ciudadanías, a sus formas de vivir.
Aun así, hemos asistido a un
encuentro en que los estados muestran, sobre el todo el colombiano, como es
posible divulgar las culturas indígenas no para solazarnos ni exotizarlo sino
para recordar que en un mismo territorio conviven diversas manifestaciones
culturales. O en el caso chileno, donde se concursa proyectos como parte de los
programas blandos de inclusión. Asunto
ausente en el caso peruano y boliviano, donde los trabajos básicamente terminan
como producciones académicas y de tirajes cortos.
El proyecto colonizador terminó
extendiendo a lo largo del siglo XX e impuso la lengua del imperio en estas
tierras. Desaparecieron violentamente
lenguas originarias, se las proscribió y
muchas de ellas cayeron en obsolescencia.
Las del dominio del Castellano y Portugués aparecen como lenguas generales. Lo
que ha implicado, en los pueblos amerindios, que los aprendizajes básicos han sido desde la
cultura de occidente, cuyo sentido nuevamente tiene que ver con el despojo. (Te
doy escuela, pero escuela en el idioma de la ciudad. No en tu cultura, no en tu
idioma). Lo que contradictoriamente produjo, a lo largo de la historia, la conquista de la
letra y ya no en circuito cerrado de la ciudad letrada acostumbrada a la
evangelización, a la colonización y a elogio gratuito y protector. La letra fue
conquista social que desde mediados del siglo XX encuentra algunas de sus
manifestaciones en toda la América india.
La escritura está pensada como
gesta cultural que se propone una
comunicación en el mundo indígena –oyentes y lectores- que revitalizan sus
culturas. Entre el universo de las culturas originarias y el otro (migrante, paisano, forastero) como
prestancia de la cultura hegemónica occidental: le propone que su lectura sea acompañada por las
palabras de las abuelas y los abuelos. Y, aquellas que se propone una esfera
que va más allá de la frontera imaginaria de la comarca para estar presente en
otras como espacios, incluidos los virtuales.
En tanto gesta, ha privilegiado
para su comunicación la forma bilingüe
(lengua amerindia/ lengua hegemónica) y suponen la trascreación como lo ha
dicho Ugo Carrillo; pero al mismo tiempo, esta puede ocurrir con el uso de la
lengua aprendida –el castellano, el portugués- como parte de la recuperación de la memoria del despojo
, o aquellas que han decidido la puesta
en circulación exclusivamente
desde la lengua indígena o aquellas producciones que se hacen de formatos globalizadas, como las
que tienen que ver con el andar del nuevo cosmopolitismo, que nos recuerda al Inca
Garcilaso de la Vega trascribiendo un poema quechua en su escritura acompañado
de traslado al romance y latín.
Esto nos lleva a otro tópico
que tiene que ver con la autoritaria manera de percibir nuestras culturas sobre
la aparente polaridad entre oralidad y escritura al suponer que en estas
comarcas las semióticas del registro estuvieron ausentes. Cosas de los académicos
del Norte y sus ventrílocuos. Lo cierto,
como se ha dicho en el II Encuentro, las
memorias sobre la escritura vienen desde muy atrás, pertenecen a ese legado
borroso que tienen todos nuestros pueblos (y las que hay que estudiarlas con mayor sistematicidad). No se trata de agrafías puras como perversamente nos quieren hacer sentir; se trata
de esas otras memorias donde las formas de registro tuvieron el trazo de otras
semióticas (hilos o glifos, inscripciones o pictografías, etc.) y de otros
soportes. Al mismo tiempo corresponde
recordar que cuando la escritura alfabética llegó a nuestras tierras
inmediatamente se instaló como abusiva, sacra y violenta. Así la agenda tendría que suponer una
relación que repiensa las dinámicas que se expresan con legibilidad y
legitimidad las relaciones entre voz y letra.
El asunto no solo ha sido
conquista de la letra. También lo ha sido, y desde allí entramos a dos temas
pendientes, la cultura y lengua. Tal
como se pudo apreciar en las conferencias y
las ponencias. Se introdujo en varios momentos aproximaciones al laberinto
inspirador de la lengua en tanto soporte de sentidos y contenidos que emergen
en la palabra que trasmite y cuenta las
formaciones culturales presente en el texto. Esto es, como se entenderá, la forma como cada cultura entiende, siente y
vive y ello como clave de lectura del proyecto indígena.
Los formatos como se produce
la creación no son únicos, no es sola la letra que se inscribe ni tampoco el
video, lo son también las otras “escrituras” o las otras manifestaciones que
tienen que ver con los rituales, con la certeza de ser parte de un colectivo y
las maneras como se vive el cosmos indígena.
Aun cuando tengamos que
repetir lo que dijimos hace un mes, deseamos compartir un abrazo fraterno con cada
uno de ustedes, con todos los amigos y amigas de circuitos académicos y
nuestros queridos creadores de los pueblos indígenas. Y sin duda, reiterar nuestro
agradecimiento a las universidades que nos acogieron: Universidad Nacional Mayor
de San Marcos y Universidad Austral de Chile, al Grupo Parlamentario Indígena-
Perú (Congreso de la República), al Centro
Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica CAAAP, al CELACP Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo
Polar y a la Casa de la Literatura Peruana.
Finalmente, el II
Encuentro Intercultural de Literatura: Palabras de los Pueblos Amerindios asumió
la decisión de su continuidad cada dos años, lo que supone la organización de
una red en la que coinciden académicos y creadores, pero una red que al mismo
tiempo reclama para sí la voluntad de
convertirnos en un espacio abierto y de dialogo permanente: un espacio sin
centro ni localidad específica. Entre
otras cosas, por esta red tendrá como referente un portal desde donde se pretende
divulgar los avances que vamos alcanzando, desde nuestros propios lares, una
red que fortalezca la reprocidad entre nuestros pueblos amerindio y que afiance
los esquemas de intercambios y
cooperación entre nuestras universidades, y desde luego el lanzamiento de una
revista en la que se produzca y publique la creación indígena y la reflexión
sobre las culturas amerindias.
La palabra es la que nos une,
las que nos junta, tal vez en el mismo sentido en que nos inventaron nuestros
abuelos, nuestras abuela, para seguir
conversando y peleando por la tierra, el respecto a nuestras culturales y a
nuestras ciudadanías para terminar con el despojo.
Gonzalo
Espino Relucé (Universidad Nacional Mayor de San Marcos).
Claudia
Rodríguez Monarca (Universidad Austral de Chile).
Foto: Dalia Espino Vegas
En la Inaguración del II Encuentro (20 de junio, en el Congreso de la República).
Reconocimiento por la trayectoria académica y su aporte al estudio de las literaturas amerindias: Hugo Carrasco (Chile) e Hilbrando Pérez (Perú).
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