A un mes, II Encuentro Intercultural de Literaturas. Escriben Claudia Rodríguez y Gonzalo Espino




Hace un mes  nos encontramos  poetas y críticos de diversas culturas amerindias en II Encuentro Intercultural de Literaturas: Palabras de los pueblos amerindios (20 al 22 de junio 2012). Llegamos de  Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Brasil y Perú. Fue un encuentro entre la palabra del corazón y la palabra de la crítica en un empeño para decirnos en que andábamos. El Encuentro de Lima se ha convertido en una plataforma para dar continuidad a una iniciativa iniciada hace un par de años en Osorno, Chile, en la tierra de los mapuches.

Constatamos que las textualidades indígenas en las últimas décadas se han ido posesionando de ese  espacio antes restringido a las exclusivas elites ilustradas. Han puesto no solo un matiz sino también un problema respecto a cómo se representan las culturas (diferentes) en nuestros estados  homogeneizadores. 

En la creación hemos visto como la poesía indígena tiene un fuerte apego a la memoria y lealtad a su cultura. Lo que hace que sus producciones tengan que ver con el infinito mundo indígena de cada nación.  Pero al mismo tiempo se ha ido produciendo una importante formalización de las tradicionales maneras de contar o hacer poesía,  que empieza a ser percibido como la modernización de la poesía amerindia y su des-localización que inspira nuevos hitos en la poesía indígena.

La lealtad a la palabra del corazón la que habla desde/ con la comunidad,  desde su cosmovisión,  es uno de los rasgos más característicos  de las poéticas indígenas. Acusan formas que van del sueño que hace palabra a la que se dice con la trasparencia del corazón y de allí, nuevamente, a lo que se tiene que pensar desde el rumor  de la tierra y las más de las veces ese oírse desde los abuelos, abuelas. No solo desde la palabra que se asienta en el pliego del papel o la banda cibernética, sino también en la comunicación directa del poeta con su oyente/público que gesticula, enraíza, enfatiza y señala, vive.

La profusa movilidad que vienen teniendo los creadores indígenas, la promoción de premios a la creatividad  y las diversas redes en las que se puede encontrar la dinámica producción creativa amerindia así como el incremento de las publicaciones en todos nuestros países que dan cuenta del surgimiento de una activa y lúcida literatura indígena contemporánea que desafía sin proponérselo aquello en que nuestro modestos espacios llamamos canon nacional.


Desde el lado de la crítica precisamente ayudada por una sensibilidad que se fue produciendo alrededor de los años 70-80 y la participación activa indígena, se ha ido tejiendo una manera de acercarse, revisar, examinar la producción cultural amerindia. Lo muestra de un lado, los múltiples  avances que se ha producido a lo largo del periodo, en la vieja tradición hermenéutica, en especial, las dedicadas a los trabajos de tesis en la Universidad de San Marcos (Perú);  la creciente reflexión sobre la situación indígena y la crítica que trata de explicar la producción cultural mapuche en las universidades del sur de Chile (en especial la Austral); las publicaciones masivas emprendidas desde la esfera pública en Colombia; las importantes avances desde la  reflexión en torno a la cultura aymara en Bolivia; la crítica a la invisibilidad indígena en el caso Argentino; la ampliación de la compresión de la culturas amazónicas como parte de la diversidad cultural y lingüísticas que comparten colombianos, peruanos, brasileños y bolivianos, etc. (En el mismo sentido, el formato crítico si bien están demandado por su carácter que privilegia el ensayo, se trata de otras posibilidades como la modesta conversa).

Así la producción indígena del Abba yala se ha convertido en una de las formas más intensas de las identidades múltiples que circulan en nuestro medio y pueden ser definidas como expresión multicultural y plurilingüe en el sentido que muestran los trabajos de Miguel Rocha Vivas.  El proceso, en los países de América Latina, la ausencia de políticas culturas que respete las culturas originarias sigue siendo perentorio en la coyuntura actual. Y es que la cultura, en general, en este caso, no puede ser comprendida sin las agendas sociales y económicas que ellas demanda, desde el respeto a sus territorios, a sus costumbres, a sus ciudadanías, a sus formas de vivir.

Aun así, hemos asistido a un encuentro en que los estados muestran, sobre el todo el colombiano, como es posible divulgar las culturas indígenas no para solazarnos ni exotizarlo sino para recordar que en un mismo territorio conviven diversas manifestaciones culturales. O en el caso chileno, donde se concursa proyectos como parte de los programas blandos de inclusión.  Asunto ausente en el caso peruano y boliviano, donde los trabajos básicamente terminan como producciones académicas y de tirajes cortos.  

El proyecto colonizador terminó extendiendo a lo largo del siglo XX e impuso la lengua del imperio en estas tierras.  Desaparecieron violentamente lenguas originarias, se las proscribió  y  muchas de ellas cayeron en obsolescencia. Las del dominio del Castellano y Portugués aparecen como lenguas generales. Lo que ha implicado, en los pueblos amerindios, que  los aprendizajes básicos han sido desde la cultura de occidente, cuyo sentido nuevamente tiene que ver con el despojo. (Te doy escuela, pero escuela en el idioma de la ciudad. No en tu cultura, no en tu idioma). Lo que contradictoriamente produjo, a lo  largo de la historia, la conquista de la letra y ya no en circuito cerrado de la ciudad letrada acostumbrada a la evangelización, a la colonización y a elogio gratuito y protector. La letra fue conquista social que desde mediados del siglo XX encuentra algunas de sus manifestaciones en toda la América india.
La escritura está pensada como gesta cultural que  se propone una comunicación en el mundo indígena  –oyentes y lectores- que revitalizan sus culturas. Entre el universo de las culturas originarias  y el otro (migrante, paisano, forastero) como prestancia de la cultura hegemónica occidental: le propone  que su lectura sea acompañada por las palabras de las abuelas y los abuelos. Y, aquellas que se propone una esfera que va más allá de la frontera imaginaria de la comarca para estar presente en otras como espacios, incluidos los virtuales.

En tanto gesta, ha privilegiado para su comunicación  la forma bilingüe (lengua amerindia/ lengua hegemónica) y suponen la trascreación como lo ha dicho Ugo Carrillo; pero al mismo tiempo, esta puede ocurrir con el uso de la lengua aprendida –el castellano, el portugués- como  parte de la recuperación de la memoria del despojo , o aquellas que han decidido la puesta  en  circulación exclusivamente desde la lengua indígena  o aquellas producciones  que se hacen de formatos globalizadas, como las que tienen que ver con el andar del nuevo cosmopolitismo, que nos recuerda al Inca Garcilaso de la Vega trascribiendo un poema quechua en su escritura acompañado de traslado al romance y latín.

Esto nos lleva a otro tópico que tiene que ver con la autoritaria manera de percibir nuestras culturas sobre la aparente polaridad entre oralidad y escritura al suponer que en estas comarcas las semióticas del registro estuvieron ausentes. Cosas de los académicos del Norte y sus ventrílocuos.  Lo cierto, como se ha dicho en el II Encuentro,  las memorias sobre la escritura vienen desde muy atrás, pertenecen a ese legado borroso que tienen todos nuestros pueblos (y las  que hay que estudiarlas con mayor sistematicidad).  No se trata de agrafías puras como  perversamente nos quieren hacer sentir; se trata de esas otras memorias donde las formas de registro tuvieron el trazo de otras semióticas (hilos o glifos, inscripciones o pictografías, etc.) y  de  otros soportes.  Al mismo tiempo corresponde recordar que cuando la escritura alfabética llegó a nuestras tierras inmediatamente se instaló como abusiva, sacra y  violenta. Así la agenda tendría que suponer una relación que repiensa las dinámicas que se expresan con legibilidad y legitimidad las relaciones entre voz y letra.

El asunto no solo ha sido conquista de la letra. También lo ha sido, y desde allí entramos a dos temas pendientes, la cultura y lengua.  Tal como se pudo apreciar en las conferencias y  las ponencias. Se introdujo en varios momentos aproximaciones al laberinto inspirador de la lengua en tanto soporte de sentidos y contenidos que emergen en la palabra que trasmite y cuenta  las formaciones culturales presente en el texto. Esto es, como se entenderá,  la forma como cada cultura entiende, siente y vive y ello como clave de lectura del proyecto indígena.

Los formatos como se produce la creación no son únicos, no es sola la letra que se inscribe ni tampoco el video, lo son también las otras “escrituras” o las otras manifestaciones que tienen que ver con los rituales, con la certeza de ser parte de un colectivo y las maneras como se vive el cosmos indígena. 
Aun cuando tengamos que repetir lo que dijimos hace un mes, deseamos compartir un abrazo fraterno con cada uno de ustedes, con todos los amigos y amigas de circuitos académicos y nuestros queridos creadores de los pueblos indígenas. Y sin duda, reiterar nuestro agradecimiento a las universidades que nos acogieron: Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Universidad Austral de Chile, al Grupo Parlamentario Indígena- Perú (Congreso de la República),  al Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica CAAAP, al  CELACP  Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar y a la Casa de la Literatura Peruana.

Finalmente,  el II Encuentro Intercultural de Literatura: Palabras de los Pueblos Amerindios asumió la decisión de su continuidad cada dos años, lo que supone la organización de una red en la que coinciden académicos y creadores, pero una red que al mismo tiempo reclama para sí  la voluntad de convertirnos en un espacio abierto y de dialogo permanente: un espacio sin centro ni localidad específica.  Entre otras cosas, por esta red tendrá como referente un portal desde donde se pretende divulgar los avances que vamos alcanzando, desde nuestros propios lares, una red que fortalezca la reprocidad entre nuestros pueblos amerindio y que afiance  los esquemas de intercambios y cooperación entre nuestras universidades, y desde luego el lanzamiento de una revista en la que se produzca y publique la creación indígena y la reflexión sobre las culturas amerindias.

La palabra es la que nos une, las que nos junta, tal vez en el mismo sentido en que nos inventaron nuestros abuelos, nuestras abuela,  para seguir conversando y peleando por la tierra, el respecto a nuestras culturales y a nuestras ciudadanías para terminar con el despojo.

Gonzalo Espino Relucé (Universidad Nacional Mayor de San Marcos).
Claudia Rodríguez Monarca (Universidad Austral de Chile).

Foto: Dalia Espino Vegas
En la Inaguración del II Encuentro (20 de junio, en el Congreso de la República).
Reconocimiento por la trayectoria académica y su aporte al estudio de las literaturas amerindias: Hugo Carrasco (Chile) e Hilbrando Pérez (Perú).



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