Luis Alberto Ratto habla sobre la obra de José María Arguedas


Tercer Seminario de Tradición Oral y Culturas Peruanas: Memorias de la Amazonía y el caucho – Encuentro de Narradores orales -
Homenaje a los 40 años de Biblioteca Campesina de Cajamarca/ Huaraz, 1 y 2 (Encuentro de Narradores Orales)Lima, 3, 4 y 5 de octubre (Seminario)
Propuesta de ponencias hasta el 30 agosto. Correo: culturasperuanas.tradicionoral@gmail.com



Víctor Huamalíes Chirito es estudioso villarrealino de la narrativa andina, está próximo a defender su tesis sobre Ciro Alegría.  Hace algunos días me habló de la entrevista que hace Eduardo Urdanivia a Luis Alberto Ratto, la misma que tiene interés para los estudios andinos, aquí reproduzco gracias a la gentileza de Huamlies Chirito que a su vez trancribió dicha conversación.  Apareció con el título de "Entrevista/ La vivificante obra de José María Arguedas", entrevista al doctor Luis Alberto Ratto por Eduardo Urdanivia. "La  presente entrevista está impresa en la edición número 100 de la revista Páginas del Centro de Estudios y Publicaciones, en la ciudad de Lima en el año de 1989", me indica.



P. ¿Qué reflexión haría usted sobre el significado de la muerte de José María Arguedas después de veinte años de ocurrida?
L.A.R.  Ante todo, quiero decirle que es ésta la primera vez que accedo a una entrevista para hablar sobre aspectos biográficos de José María Arguedas. En general tengo una aversión a los artículos necrológicos, particularmente a los que suelen escribirse en caliente por quienes quieren dejar constancia de su relación con el ilustre desaparecido, para su propio provecho. Pienso que la vida, muchas veces triste del escritor, en procura de los alimentos terrestres, constituye su osamenta externa; la importancia del artista, del creador, reside en su obra. En el caso de JMA, lo valioso son los testimonios literarios o antropológicos que con lucidez, a veces con real valentía y, de hecho, siempre con verdadero conocimiento, amor y aun pasión escribió sobre el Perú.
P. Yo entiendo lo que Ud. dice, que José María Arguedas está en su obra, eso es cierto, pero para quienes no tuvimos la suerte de conocerlo, todos estos aspectos humanos interesan porque dan otra faceta del escritor. Creo que es importante para las nuevas generaciones tener también conocimiento de este lado humano de él, tener el testimonio de quienes vivieron a su lado poco o mucho tiempo, y saber que Arguedas tuvo otro aspecto de su vida que no tiene por qué quedar oculto, sino que hay que rescatar para tener la integridad del hombre y del escritor, Arguedas mismo ha abierto la puerta a todas estas cosas dejándonos escritas líneas que Ud. conoce bien, o incorporando en su última novela parte de sus diarios; él nos ha integrado a ese conflicto personal. Yo creo que no se puede entender a Arguedas sin tener también este otro lado de lo que él fue como hombre, como ser humano.
L.A.R. Usted ha hecho referencia a una realidad que me parece muy atendible. Que en el fondo, al vincularse tan estrechamente el escritor JMA con sus personajes-según su propia confesión- hay aspectos biográficos que requieren de alguna explicación que permita penetrar mejor en su obra. Si puedo contribuir en algo a este propósito, puede usted seguir preguntando, particularmente en lo referente a la última etapa de su vida, en razón de la amistad que nos unió no sólo en la Universidad Agraria de la Molina, donde fuimos compañeros de trabajo, sino en el sector habitacional de Los Angeles, en Chaclacayo, donde tuvimos una vecindad muy próxima.
P. ¿Cuándo conoció usted a José María Arguedas y en qué circunstancias?
L.A.R. Créame que no podría precisarle la ocasión ni mucho menos la fecha, pero fue en la Escuela Normal de la Cantuta (hoy Universidad Nacional de Educación) donde coincidimos por los años cincuenta. Recuerdo sí cuando se incorporó a la Universidad Agraria como profesor a tiempo parcial del curso de Quechua, en 1963. Pero fue en 1966 cuando se estrechó más nuestra amistad en razón de una circunstancia que guarda relación con su vida y con su última obra. Acababa de producirse su intento de suicidio cuando era Director del Museo Nacional de Historia, frustrado gracias a la oportuna intervención de Alberto Escobar. Al parecer las causas que agudizaron la depresión que desde hacía tiempo padecía cíclicamente, fueron las exigencias de carácter burocrático para que prescindiera de parte del Museo, en razón de perentorias e inhumanas economías presupuestales planteadas por el Gobierno de entonces. Aceptada su renuncia al cargo, el Decano de la Facultad de Economía y Ciencias Sociales de la Universidad Agraria, Ing. Jorge González Velasco, le propuso incorporarse como docente de tiempo completo. Como el dictado de sólo un curso de Quechua no justificaba la presencia de un profesor a tiempo completo, se le añadió a la labor académica de José María el desarrollo de un trabajo de investigación antropológica. El plan de trabajo fue propuesto por el propio José María y buscaba estudiar la pervivencia de los mitos andinos entre los migrantes serranos bajados a la Costa como consecuencia del entonces reciente boom pesquero. Se escogió inicialmente el puerto de Supe,  frecuentado por José María durante el verano desde hacía muchos años, juntamente con don Emilio Barrantes, ejemplar educador y amigo suyo. Se acomodó el dictado del curso de Quechua de modo que no interfiera con los obligados desplazamientos del Norte. Tiempo después José María percibió que más interés ofrecía Chimbote por el volumen que había adquirido no sólo la explotación pesquera sino también la inmigración andina, procedente de los más diversos lugares de la sierra del Perú y no sólo del Callejón de Huaylas, como era el caso de Supe. Fue así como entró en contacto con personajes como el Moncada de El zorro de arriba y el zorro de abajo.
P. ¿Qué imagen tiene usted de José María Arguedas, humanamente y como profesional?
L.A.R. Para que la imagen no resulte subjetiva, quiero decirle que ella guarda relación, precisamente, con lo que acabo de contar. Pues cuando José María Arguedas, ya en Chimbote, empieza a recoger información llamada de campo mediante el método de entrevistas grabadas, se da con un material fabuloso que empieza a sentir de manera bullante, como más propicio para una novela que para un frío estudio de carácter académico. Se le planteó así nuevamente la disyuntiva entre el investigador y el novelista. Cuando me buscó como a Jefe del departamento de Humanidades, al que entonces pertenecía para exponerme este problema de tratamiento del tema, yo sinceramente, no encontré inconveniente en que el resultado de su trabajo fuera presentado en forma de novela. Noté sin embargo, que mi solución le pareció demasiado fácil  y- acaso- lindante, por nuestra amistad, con el favoritismo, lo cual hería su exigente y ejemplar sentido de la honestidad. Y pese a que ello podía beneficiarlo, descartó mi argumentación según la cual la novela era una forma de analizar la realidad y de presentarla con tanta o mayor validez que la siempre restrictiva objetividad científica. Recuerdo que para convencerlo fuimos juntos donde el Dr. José Valle Riestra, biólogo y nutricionista de muy alto nivel, entonces Director de Investigaciones de la Universidad Agraria quien, para su asombro, acogió la idea entusiasmado y nos contó, de paso, que la lectura asidua de los narradores peruanos contemporáneos había sido su única forma de sentirse en contacto con la realidad del Perú durante los largos años que había permanecido en los Estados Unidos para obtener la maestría y el doctorado. Pero noté que a José María no le dejaban buen sabor nuestros argumentos. Sentía que el motivo de su presencia a tiempo completo en la Universidad había sido el compromiso de realizar un trabajo de investigación, y no escribir una novela, que siempre consideró actividad de horas libres, de escritor dominguero. Decidió, pues, no aceptar nuestra propuesta, casi como expresión de consecuencia consigo mismo, y solicitó licencia sin goce de haber, por un año, por motivos personales, pero en realidad para escribir la novela. Vendió entonces su pequeño Volkswagen para, con unos ahorros más financiarse su permanencia en Chile donde, de paso, se haría atender de su vieja dolencia nerviosa. Creo  que este episodio retrata a José María como profesional y como hombre, es decir, muestra su imagen ejemplar de cuerpo entero.
P. ¿Cómo recibió José María Arguedas los cambios que el gobierno militar de entonces llevó a cabo en las Universidades?
L.A.R. Su pregunta lleva a formular una primera precisión referente al nombre de la Facultad que en la Universidad Agraria fue inicialmente de Economía y Ciencias Sociales, que ofrecía en aquella época los títulos de Economista agrícola y de Sociólogo Rural. Aunque la ley universitaria promulgada por el gobierno del general Velasco a comienzos de 1969 da lugar a una reorganización, la desaparición del Departamento de Sociología, al que había pasado José María Arguedas desde el nuestro de Humanidades, se produce sólo con una restructuración muy posterior a su muerte. Pero de todos modos, la ley afectó la vida académica del año 69 en que José María tomó su fatal decisión. El, aunque se hallaba en Chile con licencia, como ya he dicho, vino varias veces al Perú y participó en algunas oportunidades en las discusiones que originó la nueva ley. Y, en general, siguió los acontecimientos políticos de ese año y compartió las esperanzas creadas por algunas sorprendentes medidas del gobierno militar, en especial la muy avanzada Reforma Agraria. Por esto no es de extrañar que José María Arguedas publicara en la revista Oiga de julio de ese año un artículo en el que, con toda sinceridad, expresaba su desconcierto frente a unas fuerzas armadas que resultaban tan distintas de las que había conocido en su niñez, enemigas del pueblo y defensoras de las oligarquías terratenientes, y hacía algunas advertencias que resultaron premonitorias.

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