Pablo Landeo ha retornado definitivamente
a su ayllu, a su comarca, pero su comarca es moderna, conectada, beligerante.
Habla desde su condición runa. Desde allí nos muestra el poder de la palabra
runa. Una palabra que descentra y
desmitifica varios tópicos a los que estamos acostumbrados. Primero, su terca
persistencia por hacer del quechua una
lengua efectivamente de comunicación también en los fueros académicos, así lo
hace. Sabe del culto al libro, pero su irreverencia desafía al lector porque (uno)
nos vemos obligados a leer en quechua y esto es lo que autoriza al formato como
jerarquía, pero leemos al creador, al narrador pausado y capaz de hacernos reir
o amargar también (dos) en la escritura de los España. Para luego, volver sobre
sus andanzas, (tres) ahora nos propone una lectura crítica –en quechua- y la
que entenderemos que su qillqata simplemente es una representación de lo que él
escuchó en su llaqta: “Wankawillka
hanaqpacha ayllukunapa willakuyninqa uchuy warmakaspa uyarikusqaymi. […] Kaymi taytachanchikkunapa simin.
Runamasíy kaymi simichik!” (61), para
luego comentar su decisión: “Nuqapa qillqapi churaykuqllam kani”. (Ib).
Con lo cual los criterios con que leemos usualmente se resquebrajan y son
cuestionados. Y (4), este mismo testamento se abre en su segunda parte a una
hermenéutica de los relatos de tradición oral que recoge y los convierte en
cuentos modernos quechuas. Aunque Landeo insista, también, en la vieja
tradición de ser re-presentado por otro, en este caso un wayqi y amauta, me
refiero a las palabras de César Itier.
Wankawillka
es un libro quechua y su quechua fecundo y transparente, orgulloso y sincero, su runasimi invita en la qillqata a imaginarnos como
ayllu, como si nos hubiéramos reunido para escuchar sus seis relatos. Y estos
se suceden como continuos e irrenunciables a sus ancestros, aunque yuxtapuestos
y por momentos reinventados. Los del diablo ocupan un lugar privilegiado, no
necesariamente son preceptivos y el
personaje se comporta como juguetón al que suele vencer el runa. La debilidad trasunta
una épica que nos recuerda a “El sueño del Pongo” o las maldiciones a la wakcha
terminan coincidiendo con otros relatos que escuchamos en las noches de la
pobre burlada, cuyo resultado grotesco –y monstruoso- se hace ver por la cosa
del burro y aquella otra versión -que también difundiera Antonio Ureta, autor
de Cuentos del Viento- en que la wakcha
escucha que van a degollar a “su” ovejita, huye al amanecer y ya casi la captura,
pero coge vuelo como paloma.
Corresponde aquí comentar sobre de la
legitimidad para hablar de su propia cultura. El habitual informante se ha
convertido en investigador de su cultura y ha elegido el cuento para narrar. Aún
más, en su radicalidad indígena lanza un programa pone al quechua como lengua efectivamente de comunicación y
de los goces de la palabra: Wankawillka. Será memoria de la voz y letras quechua, cuento
moderno y bandera de movilización en torno a la cultura quechua. Con esto llega
al dominio de ya larga tradición de escritura quechua, y en especial, de la
narrativa quechua contemporánea en la que ubico como referentes a Rufino Chuqimamani
Valer, Puku pukuy (1984), José Oregón
Morales, de Loro ccolluchi (1994) o Valentín Ccasa
Champi de Maman uywaq ukumaricha
(2004), a los que debo agregar los estudiados por Itier: el ya mencionado
Oregón Morales, Porfirio Meneses y Macedonio
Villafán.
Si en quechua lo escuchamos ficcionando
un espacio, donde narrador se evidencia ante su oyente ya que este quiere
atrapar los lenguajes de la palabra (se ríe del diablo, afila el de
diminuto cuchillo, lo vive al cura, etc.) la inmensidad de la
pena, imita el horror de la madrasta, que se asocia adicionalmente a la
presencia del reportativo. En su traducción, por el contrario, es un narrador
que parece no moverse, que narra con serenidad pero que aprovecha la progresión
y la sorpresa.
Como todo, los relatos andinos que
contemporáneamente escuchamos, los suyos,
los de Pablo Landeo tienen ese encanto en el que la palabra llega acompañada del
lenguaje de las palabras. Por eso, si decididamente es el narrador que no
atestigua, es el narrador que evidencia lo que ocurre a través de gestos que
interpone en el lenguaje del relato. Así,
si apela a reportativo que será lo que califica como cuento y mito: “Huk
biayahiru-s diyabluwan (…). Diyablu-s sayakkuykun” (dice un viaje con un
diablo, dice el diablo…). (17).
“Usunqa
kuchilluchanta ñaka-ñakayta afilarun. Tukuruptin-si, Usunpa maki chawpinpi kuchilluchaqa manchakuyllapaq
llipipipirqun” (22)
Osón afiló un
minúsculo cuchillo. Después de una difícil jornada, casi invisible, el arma
refulgía mortal en la pequeñísima palma del héroe.”[dice]
Se ubicará también como alguien
presente desde aquello que no puede atestiguar pero imagina:
-Allinmi wawqichallay
–nikun-si runachaqa diyabluta (Ji,
ji, ji, ji! Wawqichallay niykun diyabluta)-. (18).
-Bien, amiguito –dijo
el hombre (Ji, ji,ji… Le dijo, “amiguito” al diablo (40)
Pero seguramente, donde la burla, la
parodia, donde el indio se revela y se revela en el poder de la escritura, el poder
que Landeo nos recuerda, ahora desde el lado quechua, son las exageradas
ambicias del cura:
“Tayta kuraqa
manapunis hawkalla kayta atinchu, chutuchapa qipa rimasqanwanqa. […] Churillay,
ñuqallaymi kasaq mikuyllayki, ñuqallaymi hampillayki kasaq, amaña yanqata
rimayñachu. Ñuqam pachachisqayki, ñuqam waqa-waqaykuspa pampaychisqayki.
Murtahaykitapass ruwaykachipusaykim. Chaynachatan tratituta ruwaykusunchik
varayuq awturidapa qayllanpi.
Tayta kurapa nisqanpihinas tratitutaqa
ruwarqunku.” (34)
“El más querido de
mis hijos, por qué desvarías. Yo seré la ropa que cubrirá tu cuerpo, el pan que
calmara tu hambre, la medicina que remediará tu dolor. Seré, llegado ese
momento adverso, el quien ha de llorar tu muere. Compraré tu mortaja, vestiré
tu cadáver con mis propias manos y mandaré
a enterrarte. Así haremos nuestro contrato, en presencia del varayoq de
tu ayllu”. Entonces, dicen, hicieron el contrato, conforme a lo acordado;” (56)
Diablos
y curas burlados, hombrecitos inigualables, pero épicos, deshumanizadas tratos,
llenos de humor, sabia picardía, parodia y sucesivas sorpresa, llevan a los
cuentos de ayer renovados en la letra quechua que aparece como trasparente en
su prisma exacto para hablar y para posesionarse de la letra. Esa letra en
cautiverio que empieza a liberar en la qillqata de Pablo Landeo, que empieza a
dejar la muletilla de castellano, como voz de un ñuqayku que se deja escuchar
singularmente en un ñuqanchis. Haylli wawqillacha Pablo Landeopa.
(Camino a Guanajuato, México)
Transcribo la presentación que hiciera en el Porras y la Casa de la Literatura, en la que compartí la mesa con Fredy Roncalla.
En la foto: Gonzalo, Pablo Landeo, César Itier.
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