Sócrates Zuzunaga, Tullpa willaykuna por Gonzalo Espino Relucé


Me detendré en “Akatanqa hina runacha” (Zuzunaga 2010: 80-83, 114-117)  que traduce como “Un escarabajo humano”,  uno de los relatos más tiernos. Narra la historia de Akatanqa, un hombrecito que vive de la limosna y que suele ser humillado, su muerte lo devuelve al “waynallaraq kachka-n” (“buen mozo que había sido”). La condición humana aparece en sus límites: es menos que un perro (“waqtasqa allqucha hina”:80). Se estructura a partir de una lógica lineal, aunque compleja; si la imagen de Akatanqa Satuko representa al wakcha, concentra otras relaciones como el ahora-wakcha wakcha y el ayer-maqta kallpayuq, entre la lástima y burla de los niños y borracho(s) y la memoria compartida respecto memoria individual.  Inicia con este retrato:

Sócrates Zuzunaga Huaita (Páucar del Sara Sara, Ayacucho, 1954) comparte su producción quechua con la que escribe en español, que es la más difundida; su novela sobre la guerra interna La noche y sus aullidos (2013) lo ubicó en un lugar privilegiado en el canon de la llamada literatura peruana. Entre sus obras destacan: Florecitas de ñawin Pukio (2008); Taita Serapio que inicialmente lo difundió como Anécdotas del Taita Serapio (2009, 2004); Recuerdos de lluvia (1999); Takacho, Takachito, Takachín (2009); Zorrito de puna (2009) y El sueño del picaflor y otros cuentos (2010). El relato quechua tiene en Zuzunaga a uno de sus mayores representantes, su libro Tullpa willaykuna (2010) así se nos revela.
Los suyos son cuentos modernos. De temática heterogénea, su escritura quechua sabe del manejo del tono conversacional que atrapa la letra como memoria oral; instala siempre un “escucha” que emerge del propio texto, que replica al oyente que hace posible el acto de narrar (rimay-uyariy), tal estrategia a su vez invita al lector ubicarse en esa dimensión del que lee-escucha, ahora desde la factura del papel. Tullpa willaykuna está conformado por ocho relatos,   que recuerdan la conversa alrededor del fogón (tullpa) a la llegada de noche o la proximidad del amanecer.  La narrativa de Sócrates Zuzunaga nos lleva por los caminos de lo andino cotidiano (la voz de este tiempo), los extremos de los sucesos de la guerra interna; la condición humana afrentada y trastocada; y, la desbordante picardía y burla que se junta en sus relatos. Sabe muy bien que su lector –emulo del oyente tradicional-; la primera persona articula la fábula. Tullpa willaykuna trae relatos de estructura tradicional llevado a la ficción:  “Supay wayqu / La quebrada del diablo”, en el mismo sentido leemos “Layqa nisqan runakuna/ Los brujos o curanderos”; la narrativa de la violencia, de expresión lacerante en “Yawarchasqa kuchumanta/ Desde un rincón sangriento”; “Manam pantaymanchu, taytay/ No puedo equivocarme, señor”; y, “Milikupa willaynin/ Parte militar”). La miseria humana la retiene en “Akatanqa hina runacha/ Un escarabajo humano”; la imaginación  desbordante “Musquykipi wikuñachakuna/ Vicuñas en tu sueño” y concluye con una suerte de puklla-carnaval en la que el lector (oyente) percibe un humor desenfadado y pícaro en “Tayta Serapiopa asina willakuykuna/ Anécdotas del taita Serapio”.
     Paymantaqa yuyachkani ñawintapuni, yaku yaku ñawinta, wiqti ñawinta, sinchi waqaq ñawinta.
     ¡Qawaykuchkanipuni paytaqa! ¡Chayqaya pay!: uchuk runacha, siminmanta tuqayta wischuspa, allqucha hina llakinta waqakuspa… (:80)
    De él recuerdo sus ojos, acuosos, legañosos, llorosos…
    ¡Lo estoy viendo mismo! ¡Allí está él!: un hombre menudo, echando baba por la boca, gimoteando como un perrito desvalido… (:114)
El narrador se posesiona de la historia. En ella se distancia de la tradición, asume los recursos de su propia lengua, así opta por un verbo que supone retención o alargamiento en tiempo, me refiero al sufijo aspectual, el durativo –chk- “Pay-man-taqa yuya-chka-ni” (“A él yo lo recuerdo todavía…”), aproximadamente como si el narrador retuviera el tiempo, el pasado ha vuelto al ahora, como si en ese mismo estuviera viendo lo ocurre con el personaje principal del cuento, que en las breves líneas con inicia el cuento, Suzunaga lo reitera: “¡Qawaykuchkani-puni paytaqa!”, con un detalle adicional, que involucra al narrador, es decir, que está convencido de lo que escribe, y que ahora ha vuelto sobre un sufijo independiente identificado como certitudinal: -puni. Y nos ubica en el presente del relato. Es un yo desde la memoria, ahora adulto que recuerda el pasado, que se inserta en la trama del pensamiento quechua.
Este hombrecito afecta la armonía de la comunidad. Se trata de un wakcha en el sentido tradicional pero su pobreza resulta insuficiente, su cuerpo deforme lo define. Ha perdido su condición humana. La misericordia y lástima que tienen los poblanos a Akatanqa Satuku tiene que ver con esa dimensión: “-Ay, wakcha wawachallaya, ¿imaykamaraq ñakariykunqa?” (“-¡Ay, pobre criatura de Dios! ¿Hasta cuándo habrá de sufrir?”: 80, 114). Si la memoria del narrador nos lleva a descubrir al personaje, la imagen se construye en comunión con las  juguetonas travesuras de los pequeños. La ampliación de esta historia tendrá lugar luego de producirse la perversidad de Donato Willka contra el opa que lleva la historia a su límite y nos recuerdo el terrible insulto que resulta ser nominado “akatanqa”: “Grave insulto: sonso, tonto, taimado.” (AMLQ 2005:7-6), pues se trata de un insecto que lleva su excremento a todas partes  y se le conoce como “Escarabajo pelotero”.  En esas circunstancias escuchará la clave de la historia de Satuko: “waynallaraq kachkaptin, ancha allin runam karqa, kallpasapa… ¡warmikunapa munanan kusa maqta!” (“cholo completo, trejo y audaz… ¡semental requerido por muchas mujeres!”): 81, 115)[1]. Los cambios coincide con la llegada del “progreso”, Satuko pierde su porte, discapacitado de por vida, ha sido víctima de una explosión en la construcción de la carretera donde trabajaba (:81, 115). Convertido en el pueblo hombrecito para asustar a los niños, llegan noticias sucesivas de Akatanqa enfermo, grave, hasta que ocurre su muerte en la pobreza absoluta:
     Chaynapim wakchallataqa tariyparini: aypa saqsa, pachakunapa hawanpi wañuy puñuchkasqa, wakcha allqucha hina ancha qumpurisqa, chaynin llaki llaki ñawichankunawan hanaq pachata qawarikuspa… (:82-83)
     Estaba allí, tendido en su macabro silencio, sobre los cartones de su lecho, arrebujado en harapos, reposando en una quietud apacible, portando esos sus inolvidables ojos acuosos… (:116)
La muerte lo reivindica: el wakcha se trasforma en el ser humano que siempre fue. De hecho, el título mismo alude a un hipertexto moderno, me refiero a La metamorfosis de Kafka. Esto mismo es lo que ocurre. La muerte redescubre para el niño –voz del narrador- al hombre que había sido: el pequeño que lo insultaba sabrá que aquel era su padre.  Si el relato empieza con la descalificación concluye con la imagen del padre, del wakcha reinventado, de la aceptación final de su humanidad:
     –¿Imamantam waqachkanki, mamachallay?
     Payñataq niypariwan:
     –Huchaymantam  waqachkani, wawachallay… ¡Pampachaykuway, wawallay! ¡Kunankaman pakakurqayki kay paka simiyta!... ¡Chay runa wañukuq, chay Akatanqa Satuku nisqan runacha, taytaykim karqa! ¡Pampachaykuwáy, wawalláy…!
     Chaypiñataq, chakrapa sachankunapi pakpakukuna waqayta qallaykunku…. (:83) 
   –¿Por qué estás llorando de ese modo, mamita?
    Y ella, toda implorante me respondió:
    –Estoy llorando por mi propia culpa, hijo mío. ¡Perdóname, papacito! ¡Nunca debí ocultarte este secreto! ¡Ese pobre infeliz que ha muerto, el Akatanqa Satuko, es tu padre! ¡Perdóname, hijo mío!…
   En ese instante, entre los árboles de la chacra, se dejó oir el lúgubre graznido de una paca-paca. (:117)
“Akatanqa hina runacha” resume su  mayor tratamiento narrativo: un asunto cotidiano, permite descubrir la tragedia que comparte una comunidad, las maneras como es percibido, desde la voz del narrador que implica a todos (poblanos, niños, borracho, madre). Todo en una impecable economía narrativa. Esta complejidad nos saca de la imagen del opa por la de wakcha, el cuento celebra la condición humana,  la condición de runa. Y con ello asistimos a uno de los relatos más intensos, desbordantes y en una estructura cuyos rastros quechuas se descubren en la letra que camina a su inevitable universalización.

Referencia:
Zuzunaga Huaita, Sócrates. Tullpa willaykuna. Ed. bilingüe.  Lima: Ed.  Universidad Nacional Federico Villarreal, 1998 (Premio Concurso Nacional de Literatura Quechua, Cuento 1997). 
Foto: Tomado de su facebook. 



[1] “Siendo joven aún, era un buen hombre, fornido… Las mujeres lo deseaban al muchacho” (DG).

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